lunes, 21 de junio de 2010

CERRO COTORUMI: MONTÓN DE PIEDRAS

POR SEGUIR LOS TRES CONSEJOS
Tal vez sea un atrevimiento terminar de narrar esta aventura tratando de retratar con el lenguaje la naturaleza viva y virgen con la que estuvimos en contacto este fin de semana, sin embargo es necesario permitir a estas líneas atrapar los recuerdos que de seguro no se desvanecerán pronto.

La experiencia vivida debo agradecerle al profesor Maxe Suxe, quien depositó su confianza en mí para realizar la presentación de su libro Los tres consejos, en la ciudad de Santa Cruz, que por cierto, tiene mucho de un pueblito llamado Lajas, también perteneciente al departamento de Cajamarca, y del cual salí hace 21 años. Entonces, ya se imaginarán que la tierra, el viento y la gente, no me eran extraños; la nostalgia y añoranza se reflejaban en mi mirada en algunos momentos, pero sobretodo la alegría por disfrutar de un día en ese paisaje de cielo muy azul.
Confieso que la única cómplice de una travesía muy desconocida fue la mañana del 5 de junio; el tiempo parecía detenerse; el calor, las ganas de bajar del bus, y los disimulos de que todo estaba bien, hasta llegar a los pálpitos acelerados del corazón, todo se iba intensificando. La adrenalina sólo producía risas y miradas con ojos bien abiertos cuando presentía que lo único que sostenía al bus era mi poco peso y mis posiciones opuestas hacia donde se veía el abismo.
Mi mamá me acompañaba en el esfuerzo hasta tranquilízame. Javier y Darío fingían su temor preguntándome ¿Qué!, Maxe no te ha explicado acerca de la carretera? Mientras yo, sólo atinaba a lanzar una advertencia: En la noche no habrá presentadora de libro, tan sólo una mujer asumiendo el rol de Marcelino Callirgos que llega después de veinte años de ausencia a la casa de su amada Rita María para contarle lo espinado, abrumador y a la vez excitante que le pareció el camino hasta llegar a Los Sauces. Aunque nada de eso pasaría, ya que la excusa sirvió para darme cuenta de que no estaba perdiendo la cordura ni la memoria, a pesar de seguir sintiendo continuos acaloramientos.
Por fin llegamos, faltaba poco para las 4 de la tarde. Nos instalamos en el Hotel santacruceño, cálido, limpio y sobretodo muy acogedor, pero aún nuestro cuerpo no encontraba alivio. Probamos un duchazo, que bien valía la pena, después de un agotador viaje. El agua “helada” resultó siendo nuestra gran tranquilizadora; sentirla y luego, quedarse dormida unos cuantos minutos fue lo mejor hasta esos momentos.

Por la noche, después de unos panecitos con queso santacruceño, o unas tortillas con verdura acompañados de un anís natural, estábamos listos para empezar la jornada. Todos con la expectativa de que el evento tendría ese aire de novedad inquietante que movería a los lugareños a concentrarse en el auditorio de la Municipalidad distrital de Santa Cruz. Y así fue, era las 8 y un “paisano” con micro en mano hacía el llamado a quienes curiosamente miraban desde la puerta; los invitó a pasar y conjuntamente con los señores y señoras puntuales, disfrutaron de la presentación del cuento escrito por Javier Villegas Fernández: Sapito Sapón, de la promoción del libro, escrito por el profesor Darío Hernández: Comprensión de textos y, del plato de fondo (como lo dijo el conductor): Los tres consejos. Don Mario anunciaba con su potente vozarrón nuestra presencia y de inmediato, como buenos patriotas, procedimos a entonar las notas del himno, con ese entusiasmo que sientes al estar entre tu gente y tu Perú, lejos del bullicio, y a la vez, muy cerca del chicharrón con mote, el cuy con papas y la cancha.

La presentación de Los tres consejos del novelista Maxe Suxe giró en torno a tres lecturas: analítica, interpretativa e intertextual. Las tres me permitieron mostrar al público cómo está estructurada la historia (dos macrosecuencias: Partida de Genaro de Los Sauces, y llegada de Genaro a El Cañaveral; Partida de Genaro de El Cañaveral, y Llegada del mismo hacia Los Sauces), los temas que se abordan en ella (estructuras cognitiva y social: fidelidad, distancia, identidad, familia, descendencia, entre otros) y las relaciones que tiene con otras historias (Polifonía: Puerto Cholo, La Odisea ), que a pesar de corresponder a otras contextos, se asemejan en el rol que cumple cada sujeto (Manuel, Jacinta, Juan Pedro; Ulises, Penélope y Telémaco; Genaro, Rita y Mateo. Cada uno como esposo, esposa e hijo, respectivamente).
Para cerrar la noche, la venta de libros, la conversación entre algunos asistentes, las felicitaciones del caso hacia los que llevaron a promocionar sus libros y, obviamente, la toma de fotos para el recuerdo, se realizaron con la curiosidad y aceptación esperadas. Lo que nos faltaba solamente era descansar a brazos tendidos y al abrigo de las “mantas”, y amanecer con las pilas puestas, listos para disfrutar de un domingo lleno de más aventuras.
En búsqueda de unos chicharrones recién fritos y humeantes, acompañados de mote y café bien caliente, empezamos a caminar por las calles del mercado. En “Aquí me quedo” encontramos más de lo que queríamos: buen trato genuino, paciencia y buen humor.

Después de constatar esa frase popular: “barriga llena, corazón contento”, nos arriesgamos a salir de la ciudad rumbo al cerro Cotorumi.

Bajo el sol intenso, viéndonos rodeados de piedras rectangulares muy grandes, con nuestro olfato sorbiendo el olor del anís, y de las exóticas coloridas flores, subimos serpenteantes caminos. Cada vez que girábamos nuestra mirada hacia abajo, la ciudad se veía más pequeña. Una foto por aquí y por allá formaba parte del espectáculo que vivíamos y había algo que nos animaba a seguir cuesta arriba: la energía y vientos frescos.
Mi mamá no tenía dificultad para continuar, pues conversaba sin notorio cansancio. Javier, por su parte iba buscando las mejores ubicaciones donde colocar su libro, ya que sigue en su proyecto de “Itinerario de Sapito Sapón”, y a la vez, tratando de encontrar algún fondo que capturara la cámara para utilizarlo como portada de sus futuros libros. Maxe, atinaba a contarnos sobre su vida en Santa Cruz cuando niño y a señalarnos que su querido Tostén no estaba muy lejos. Yo, seguía pensando que mientras más habla uno subiendo la cuesta, se cansa más. Así que ya se imaginaran lo inmuta que iba. Después era difícil continuar sin hablar. No faltaba alguna planta de curiosa forma, o una cruz aún distante que nos hacía parar y comentar de lo maravillosa e incomparable que es nuestra tierra.

Finalmente, nuestra meta era llegar hasta la cima. Nuestros pasos más lentos, pero firmes, nos aseguraron que faltaba muy poquito. Las mariposas multicolores, hermosas, e inmensas (no exagero), los eucaliptos, los líquenes, las flores de múltiples colores y otros atractivos impresionaban a nuestra vista.
Arriba, en lo más alto del cerro sentimos el cielo tan cerca. Lo único que nos rodeaba eran cuadros de paisajes con caminos hechos a punta de sudor y esfuerzo. Caminos que no tienen 50 ni 100 años de antigüedad, sino la huella de los cascos de caballos y mulas que llevaban pesadas cargas, desde hace muchísimos años atrás.
Luego de extasiarnos con envidiable belleza, y aceptar que tan sólo por ese día formamos parte de ella, retomamos nuestro camino de regreso.
La bajada siempre es fácil, dicen, pero para Javier resultó un tanto peligrosa. Dio un mal paso y resbaló. Felizmente sólo fue un raspón en dos dedos de su mano. El resto, bajábamos con la satisfacción de haber disfrutado de aires frescos y de sentir algunas gotas de la famosa “chirapa”. La lluvia vendría mucho más tarde. Pero seguros de que allí era una bendición de Dios, no tuvimos temor, más bien parecía que nosotros hubiésemos sido los primeros en avizorarla cuando retornábamos a la planicie.

Después de vivir esta gran y nueva experiencia, estoy convencida de que valió la pena el cansancio, la traspiración, el calor intenso del sol y sobre todo el haber visto desde los primeros asientos y de día, el panorama que nos ofrecía la carretera a Santa Cruz.
Recomiendo la visita a esta tierra apacible, limpia y sin mucho ruido y con las ganas de su gente de progresar a costa de esfuerzo y trabajo.

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